En “Todo sobre mi madre”, Pedro Almodóvar rinde homenaje a la mujer que le dio la vida. Muchos creadores han reflejado a lo largo de la historia el legado de la figura materna en su obra. Hoy nos preguntamos: ¿hasta qué punto nuestra personalidad se ha desarrollado a partir de su ejemplo?¿Puede haber hijos o hijas que no se parezcan nada, ni físicamente ni en el carácter? También debatimos si el modelo de la madre es siempre enriquecedor o si puede llegar a ser destructivo. ¿Su influencia es inevitable? ¿permanece aún después de la muerte?
Texto: Silvia Castillo/ Fotos: Carlos Alba
Pedro Almodóvar cuenta en su blog la razón por la que sus películas siempre muestran colores vibrantes: “Cuando mi madre me concibió, vestía de luto. Yo era la respuesta a la injusta situación que ella había vivido desde los tres años. Se le murió su padre, mi abuelo, un tío carnal.. así hasta los 30 años. Mis películas son la venganza de mi madre contra el color negro”. El cineasta ha convertido a la manchega que le parió en un símbolo universal. ¿Se pueden entender las películas de Almodóvar sin su progenitora? ¿hasta qué punto llegan a parecerse el genial director y su madre?.
Esto nos lleva a preguntarnos si nuestra personalidad se ha desarrollado a partir del ejemplo materno y qué papel juega ese legado en nuestra vida cotidiana. ¿La madre sigue siendo el principal referente? ¿es positivo o negativo que ellas se proyecten a través de las vidas de sus hijas? ¿Su relación es igual con los vástagos que con las féminas?
El diccionario de la Real Academia Española define como “mal de madre” “la desgracia, la calamidad, lo que se aparta de lo lícito y honesto”. Uno de los escritores que mejor lo ha definido es George Simenon, en el libro “Carta a mi madre”, donde confiesa una vida atormentada. En el lecho de muerte, ella le dice: «Georges, hijo, estás juzgando siempre a la madre que esperas de mí, sólo a la madre, y no a Henriette, la persona que soy, que también soy… Es necesario que pienses en ello, si realmente quieres llegar a conocerme”. Al final lo entendió.
En esta tertulia Mónica Carrillo reivindica a la madre abnegada y refugio incondicional, pero Raquel Platero recuerda que también existe la mala madre y Lluvia Rojo plantea los conflictos generacionales por los que las hijas se definen en oposición a la madre. Las tres coinciden con Alejandra Borcel en denostar un modelo, el de la “supermujer” y “la mejor madre” porque dicen que la autoexigencia heredada está rompiendo a las profesionales de hoy. Todas afirman que la madre es el tronco de nuestras vidas: porque es buena, porque fue mala, porque ya no está, porque nos lee el pensamiento, porque la echamos de menos….. Todas las madres posibles están presentes en esta tertulia y a ellas se les atribuye un factor clave en cómo somos y cómo vivimos.
YO DONA. ¿La madre es nuestro espejo? ¿marcan de forma determinante tanto el físico como el carácter?
–Mónica: El carácter absolutamente y el físico también. La madre determina más la personalidad que otros factores, como la educación, la profesión o el entorno social. El camino por el que ella te ha guiado marca el resto de la vida. En la edad adulta, lo recibes como un regalo y eres consciente de que el cariño de una madre es insuperable. Tengo claro que, como una madre, no te conoce nadie y sólo ella puede detectar cosas que ni tu pareja, ni tu padre ni nadie advertiría. Además, cada vez nos vamos pareciendo más a nuestras madres según van pasando los años, y no sólo físicamente, en todos los sentidos. Incluso adquirimos sus gestos.
–Alejandra: Estoy de acuerdo contigo Mónica. Nos guste o no, tenemos que asumir que nos parecemos. Ellas han estado a nuestro lado desde el primer momento, nos han visto crecer y su apoyo es incondicional. Hijos adoptados, tienden a parecerse a sus nuevos padres con el tiempo. También en el pensamiento, porque compartimos valores que la madre transmite a través de la educación. Hay una huella relacionada con el entorno social y la educación y otra parte genética: el color de los ojos, la estructura física…todos esos factores por los que también nos reconocemos en la madre. Pero, sobre todo, ellas nos conocen en profundidad, nuestros gestos, las cosas que nos hacen felices o infelices y hay un espacio de transparencia y complicidad. Pero también puede ser que no te parezcas nada a tu madre.
Raquel: Pues yo no me atrevería a decir eso. Con nuestra educación, ¿qué posibilidades tienes de escaparte de la influencia de la madre?. Su figura, culturalmente, tiene una importancia troncal, aunque sea la ausencia. Vivir un abandono, real o simbólico, define a la persona que es huérfana. Claro que la madre es determinante, en positivo o en negativo. Conozco muchas mujeres que han crecido con figuras maternales que no eran sus madres y su influencia también es clara. Es imposible que no te marque, pero probablemente estamos expuestos a modelos que te sirven incluso para rechazarlos y funcionan en negativo, es decir: yo no quiero ser como ella. Hay mucha gente que se define en oposición.
Lluvia: Estoy contigo: la madre te enriquece o te puede jorobar para toda la vida. Efectivamente es un referente importantísimo, pero te puede hacer polvo si su modelo no es bueno, si te sobreprotege, si pasa de ti y te abandona o si crea unas expectativas demasiado altas a las que tu nunca llegas. Se me ocurren mil razones por las que una madre te puede destrozar. Es más, la mayoría de las terapias que se hacen hoy en día son por nefastas relaciones con las madres, es decir, por problemas de familia. Y hay mucha gente que no va a terapia pero debería ir… Pasamos por momentos en que no nos parecemos nada a la madre y lo haces de forma muy activa, porque quieres negar todo lo que tenga que ver con ella. Si surge algún atisbo de que te puedas parecer, lo castras inmediatamente. Estoy de acuerdo que el modelo de la madre es el más importante: para imitarlo o para desarrollarte en oposición a él. Pero también os digo que las madres no tienen ni idea y piensan una realidad de nosotros que no existe: que somos tan responsables, que no nos hemos drogado en la vida…Tenemos un entrenamiento de mentira absoluta.
Raquel: Estoy de acuerdo en que no todas las madres conocen el pensamiento y la vida de sus hijas y además pienso que una ocultación adecuada de la información es necesaria.
P. Carmen Rigalt refleja esas turbulencias en las relaciones materno filiales en estas bellas palabras que dedicó a su madre: «A la vuelta del tiempo y los silencios, de la amistad que no hemos tenido y los besos que nos hemos negado, estamos al fin juntas. La reconciliación es el bálsamo en la hora tardía”.
¿La relación con la madre va cambiando a lo largo de los años y es particularmente difícil en la adolescencia y en los primeros años de la juventud?
Raquel: En la adolescencia necesitas estar lejos de ella y la reconciliación llega después, en la edad adulta. La juzgas con dureza, porque te ves muy independiente, pero cuando maduras te das cuenta de que tu madre es un ser humano, al que tienes que entender y que se puede equivocar tantas veces como tu. Ese movimiento pendular tiene que ver con el crecimiento.
Alejandra: Y también con el sistema de valores. Vemos a muchas hijas luchando con sus madres, que están intentando acoplarse a cambios vertiginosos, especialmente en la última década. Nosotras tenemos que asumir a toda velocidad procesos que antes se asumían en generaciones y todavía no sabemos muy bien de qué mecanismos disponemos para superar esa evolución tan rápida que provoca conflictos entre madres e hijas.
Mónica: Es verdad que estos años ha habido grandes transformaciones y eso afecta a las relaciones con las madres, pero lo que está claro es que el instinto protector de una madre no va a cambiar, sea la generación que sea. Una madre siempre es el amor incondicional, la protección absoluta. Cuando son pequeños, sólo el consuelo de una madre puede tranquilizar a un niño. En la adolescencia, el siroco hormonal choca de pleno con la madre y la niña piensa que le quitan su libertad. No valoras el papel de tu madre hasta que vas cumpliendo años y, sobre todo, cuando tú también eres madre. Creo que cuando alguien está educando a su propia descendencia, recuerda la vivencia con su propia madre.
Lluvia: El siroco, la convulsión hormonal de la que nos habla Mónica, me parece muy necesaria para el desarrollo personal. La negación absoluta de la madre o de la persona que actúa como referente me parece imprescindible y a la vez un hecho maravilloso. Para la madre, padre o tutor el reto es adquirir las herramientas, no para controlar a esa persona, pero sí para saber llevar la situación. En España, a diferencia de otros países en los que yo he vivido, lo que ocurre es que estamos totalmente enmadrados y hay una dependencia brutal. Estamos metidos en la casa familiar y hay un aspecto patológico, me atrevería a decir, de necesidad mutua. Es decir, las madres están demasiado presentes y al final ejercen una influencia sobre las hijas y los hijos que en mi opinión sobrepasan el límite sano y normal. Lo lógico es que la madre entregue todo su cariño y sus cuidados durante los primeros años y sirva de modelo, pero la clave de la educación es saber decir: ahora vuela. Y eso debería ocurrir a los 18 años.
Mónica: Es verdad que cuesta cortar el cordón umbilical. Por supuesto ese vínculo te ayuda en muchas facetas de la vida y te da estabilidad, pero si te inmoviliza y no te deja madurar, entonces representa un problema. El enfrentamiento con la madre tiene que ver con un ciclo vital y la madre se tiene que dar cuenta de que nadie escarmienta en la piel ajena. Pero después de caer y recuperarte, tu madre siempre estará ahí.
Lluvia: Pero Mónica, ¿tú estás hablando de la madre ideal, no?. Yo creo que la realidad no siempre es así. Hoy en día no hay tiempo para ser esa madre maravillosa e ideal. Por eso creo que las mujeres pueden ejercer una influencia negativa sobre los hijos y puede llegar a contaminarse la relación en el núcleo familiar, precisamente porque ellas asumen un rol que no les corresponde: ser supermadre.
Raquel: Yo también estaba esperando a que acabara Mónica para decir que estamos construyendo un modelo terrible para las mujeres. Conozco casos de madres con discapacidad, que sencillamente no pueden ayudar a sus hijas. También conozco madres que no saben cocinar y otras que son un lastre atado al cuello de la hija. Hablar de las mujeres en términos tan irreales es dañino porque significa colocarlas en un pedestal al que es muy difícil llegar. Me niego a decir que las madres tienen que ser abnegadas y perfectas. Nos inventamos una maternidad asfixiante y hay muchas mujeres frustradas, tristes, agotadas y con unas ojeras que les dan cuatro vueltas en ese ejercicio de la supermadre. No se puede vivir así. Mis amigas que son madres y son super guapas, superlistas, super trabajadoras…al final se rompen. Crónicamente se derrumban por una depresión, una enfermedad, el ya no valgo….Lo veo a menudo.
Alejandra: Yo soy gran amiga de mi madre y siempre lo he sido. No siento lo que estáis planteando aquí. Pero estoy de acuerdo con lo que dice Carmen Posadas: las madres se proyectan sobre los hijos y no siempre la influencia es positiva. A los hijos hay que enseñarles a ser libres, a tomar sus decisiones y a equivocarse. Vamos muy deprisa. Estamos viviendo una crisis que la humanidad no había vivido jamás y nos tenemos que adaptar a este mundo con nuevos aprendizajes. Pero nadie nos va a enseñar cómo hacerlo.
Alejandra se refiere a un artículo publicado en El Mundo en el que Carmen Posadas felicitaba “a todas las madres que anteponen los intereses de sus hijos, que no intentan realizar en ellos sus frustraciones, que no sucumben al tan fácil chantaje emocional de ‘yo soy la más buena y la que más te quiere’ y a las que, además, hacen todo esto sin colgarse ninguna medallita». Un modelo que también defienden Lluvia y Raquel.
En la tertulia se cruzan distintas versiones sobre qué significa ser buena madre.
Lluvia: Para mí la madre ideal simboliza amor sin condiciones y, por supuesto, muchísimo respeto. Depende de la edad, pero sobre todo, considero que es la persona que te pone los límites necesarios y te dice cuándo tienes que volar. Siempre debe ser alguien que no quiere invadir tu vida. Coincido con lo que dice Carmen Posadas.
Raquel: Para mí la madre ideal es alguien que sabe más que yo y me acompaña en mis decisiones. Pero yo enseño sobre discapacidad, exclusión social y políticas de igualdad y mi trabajo me lleva a fijarme en las que son “malas madres” y que tienen todo el derecho a serlo. Hay madres que no quieren a sus hijos y no hablan con ellos… es que hay gente que somos odiosa y no nos tienen por qué querer. Y además: ¡Es que hay gente que no se lleva bien con su madre! ¿y les tenemos que castigar por eso?.
Mónica: Esas relaciones supongo que conllevan un verdadero sufrimiento. Si no te entiendes con tu madre, lo más probable es que eso te atormente a nivel personal y también a nivel social, porque una persona que no siente el cariño y el afecto de su madre, ese amor generoso e incondicional, siente abandono. La falta de ese amor insustituible también genera un vacío que determina el carácter y la personalidad.
Raquel: Desde luego que la madre es insustituible, pero no estoy de acuerdo en que te conviertas en mala madre porque tus hijos no te quieran. Eso sí: cuando a una mujer se la llama mala madre, es el peor insulto que puede haber, mil veces peor que el de puta. Las mujeres están destinadas a ser esposas y madres y si no encajas ahí: ¡por Dios, qué horror!.La cárcel de la buena madre aprisiona a las mujeres. Sinceramente, me parece una cadena perpetua porque no tienes derecho a equivocarte.
Lluvia: Yo también defiendo a la mala madre, no por una experiencia personal, sino porque creo que hay que romper esa teoría social de que la madre es siempre guays…No es verdad.
Mónica: El problema está en cómo rebelarte contra esta tiranía que te asfixia y que te ahoga. Creo que simplemente se trata de decir: Soy imperfecta. Lo sabemos, pero no nos lo permitimos a nosotras mismas, y por eso hay miles de madres modernas que viven angustiadas porque no dan la talla. Hemos heredado un rol que atormenta a las mujeres y el problema es que todavía no lo hemos podido rechazar.
Alejandra: Nuestro modelo es el de nuestras madres, pero vivimos en una época diferente y ese rol está superado. Sin embargo, nos cuesta construir un modelo diferente y para eso hay que tener unos valores distintos de base. Estamos en tiempos revueltos y esos valores están también en revisión.
Raquel: Mi madre esperaba que yo tuviera una pareja fija, que comprara una casa, que me hiciera funcionaria…¡no ha acertado ni una¡. Eran sus valores y mi madre me lo decía con todo el cariño……pero no ha acertado en nada.
Mónica: Ellas pensaban que lo importante era la estabilidad, tener marido, familia y estar acompañadas. En nuestra generación nos hemos incorporado a un modelo de trabajo de hombres, con horarios de hombres y una estructura laboral organizada por y para ellos. Sin embargo, lo hemos hecho con una educación y unas expectativas creadas por madres. Es decir, nos están partiendo por la mitad. Nos ahogamos nosotras mismas con toda la razón. El cambio tiene que venir desde dentro de nosotras mismas, para que aceptemos nuestras propias limitaciones, y también desde fuera, aunque por fortuna cada vez hay más hombres que colaboran y dedican parte de su jornada al cuidado de los hijos. Nosotras tenemos además el lastre de la culpa y el decir: ¡dios mío¡ soy mala madre.
Lluvia: A mí me gustaría pensar que no hay tantas diferencias entre los chicos y las chicas o al menos no es así en el contexto urbano en el que yo me muevo. Me gustaría pensar que además la madre se relaciona por igual con su hija y con su hijo. Yo creo que cada vez es más así.
Alejandra: ¿Por qué las madres les perdonan todo a ellos y a las hijas casi nada? A nosotras no nos termina de encajar, no nos parece justo. El esquema social imperante, con algunos valores caducos y otros renaciendo, se refleja en las relaciones de familia. Cuando las madres no anteponen los intereses de sus hijos y criterios igualitarios, sino que proyectan sus necesidades e insatisfacciones en unos y otros, es conflicto es aún mayor.
Raquel: Sistemáticamente las chicas tienen una inversión grandísima en el proyecto familiar, me refiero a una inversión emocional, personal, laboral, académica. Desde la perspectiva docente, que es la mía, las chicas pierden más en sus ataduras con la familia: Tengo más alumnas que dejan el curso porque hace falta otro sueldo en casa, chicas con trastornos de alimentación, que mantienen relaciones tóxicas con chicos y alumnas a las que echan de casa por lesbianas…..lo siento, pero mis alumnas siempre salen perjudicadas. Cuando hablamos de que tienen que cuidar a su abuelo o ayudar a la madre, siempre son ellas, constantemente. Yo también tengo ese deseo de igualdad, pero mi vida cotidiana en enseñanza secundaria y en la universidad me dice que las que dejan el curso y las que llegan a clase sin dormir porque hay un problema en casa, son ellas. Lo siento, pero eso no ha cambiado. Y muchas son madres y por eso siempre tienen el móvil encendido en clase, por si el hijo se pone enfermo.
Mónica: Nuestras madres han sufrido mucho para evitar el dolor de los demás: Han cuidado a sus padres, a sus hijos y a sus nietos. Han sido una generación de entrega absoluta, como hijas, como madres, como esposas y como abuelas. Pero eso no se va a volver a repetir. Nosotras no nos podremos ocupar de ellas, porque trabajamos 8 ó 10 horas. Y ése para mí es el problema: la frustración, la culpa, el reproche porque nosotras sufrimos, sí, pero no vamos a poder cuidar a nuestras madres.
El diseñador Adolfo Domínguez habla así de su madre anciana: «Más me hago viejo y más la quiero. Más me veo como un eslabón entre ella y los que me siguen, como un hilo en la trama de la vida. Me siento apegado a su piel ya arrugada, a su olor, huele a mamá. Y siento sus brazos, cada noche cuando la veo, aún soy el niño que la necesita y me cuida”. Esta confesión del diseñador y las últimas palabras de Mónica nos llevan a preguntarnos:
¿ Valoramos lo suficiente a la madre cuando está o nos damos cuenta de su importancia en la ausencia?
Lluvia: Cuando se mueren tus padres pasas a estar arriba y eso te posiciona emocionalmente en otro lugar. Por suerte yo no he tenido esa experiencia, pero lo he visto en mis amigos: te cargas de responsabilidad. Pero cuando fallecen, siguen estando. Es más, puede ser que cuando no estén, nos parezcamos aún más. Todas esas cuestiones susceptibles de oposición que hemos sentido durante toda la vida, de repente te liberas de ellas.
Raquel: Tengo un ejemplo precioso sobre eso. Mi abuela murió el pasado año y llevaba toda la vida pidiéndome que me dejara un flequillo largo. Nunca le hice caso porque no me dio la gana. Mira ahora mi pelo..…. Mi referente ha sido mi abuela en las broncas y si ella era cabezota, yo más; si ella era trabajadora, yo soy más protestante que nadie y el trabajo es mi elemento central….evidentemente notas que hay muchas cosas que has hecho toda la vida y que adquieren sentido después. Incluso con la madre “defectuosa”, con la que compartes muy pocas cosas porque culturalmente estás muy lejos, ves que compartes gustos comunes, como por ejemplo ser golosa. Evidentemente, tu madre, la abuela o la mujer que ha hecho ese papel son tus referentes. Lo que pasa es que te tienes que dar tiempo para averiguar de qué te ha nutrido la relación con esa persona, qué efecto ha tenido en ti.
Alejandra: Mi abuelo falleció hace muy poco, con 98 años, y yo me hice amiga de él cuando cumplió los 90. Ahora que se fue, después de haber tenido una vida plena y feliz, le echo mucho de menos. Hasta el último momento estuvimos compartiendo muchas cosas y ahora me pregunto: ¿pero por qué no lo hice antes? Es inevitable pensar que podía haber aprovechado el tiempo de otra manera y eso me habría reconfortado. Soy adulta, pero hace 10 años y 15 y 20 también lo era.
Raquel: Ha sucedido cuando tenía que suceder. Antes no estabas en el momento psíquico ni emocional para hacerlo
Alejandra: Y probablemente él tampoco. Es el mismo ejemplo con la madre…cuando la pierdes, la pena te inunda el corazón. Es tan triste, que es mejor vivir el momento. Lo que pasa es que, cuando hubo desencuentro, el momento de reflexión llega demasiado tarde, cuando ya no hay remedio, y entonces surgen los remordimientos
Mónica: La madre es la figura insustituible e irremplazable, cuando llega su ausencia definitiva, asusta. Tengas descendencia o no, ocupas ese otro lugar del que hablaba Lluvia, pero te quedas sin el cobijo y el amparo de tu madre, la figura más altruista y generosa. Es un punto de inflexión importantísimo, que entristece profundamente y es muy difícil de asimilar.
Tanto que Soledad Puértolas escribió un libro, titulado “A mi madre”, para encontrar “verdad y consuelo, busco poder vivir con la ausencia de mi madre. Vivir tratando de lograr que el respeto y el amor se impongan sobre la añoranza y el dolor”. También José Carreras perdió a su madre hace muchos años, pero confiesa que “continúa siendo el espejo en el que me miro asiduamente”.